Las 30 horas que dura el trayecto hasta Makassar darán para mucho. Hablaré con mucha gente, de los temas más diversos. Hablaré con hombres, mujeres, musulmanes de Sulawesi y cristianos de Flores, pero la conversación que dará más juego la llevaré a cabo con un grupo de pastores-pijos-fanáticos-descerebrados afincados en Kuta que se dedicarán a sermonear a la gente invitándola a abrazar el Corán. Conmigo hablarán casi dos horas pero será en vano. Por mucho que me garanticen el paraíso no me convencen para bajarme en Labuanbajo para pasar unos días con ellos en la mezquita. Para mi, les digo, el paraíso está en cada día que viajo en bici. Y me miran con asombro, con pena.
Y las noticias corren rápido por el hacinado barco. Al día siguiente la gente susurrará a mi paso. Y lo que susurrarán me hará reir. "Mira", dirán, "ahí va el que no cree en los milagros..." Y es que mi conversación con los mullás llegará a oídos de los camarotes, donde la gente, aburrida, no tendrá nada mejor que hacer que cotillear.
Cuando los mullás se meten en la mezquita y dirigen los rezos, tengo tiempo para contemplar un atardecer más, un atardecer de esos tan especiales que solo se admiran en la mar.
Cuando arribe a puerto me estarán esperando los Hijos del Sol, que acaban de llegar de Papúa. Pero esa será otra historia...
Y las noticias corren rápido por el hacinado barco. Al día siguiente la gente susurrará a mi paso. Y lo que susurrarán me hará reir. "Mira", dirán, "ahí va el que no cree en los milagros..." Y es que mi conversación con los mullás llegará a oídos de los camarotes, donde la gente, aburrida, no tendrá nada mejor que hacer que cotillear.
Cuando los mullás se meten en la mezquita y dirigen los rezos, tengo tiempo para contemplar un atardecer más, un atardecer de esos tan especiales que solo se admiran en la mar.
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